Hablar actualmente del talento de un genio como Mozart podría incluso considerarse redundante, sin embargo, nuevamente vuelve a ser protagonista de una pequeña historia en este sitio. La vez anterior, como probablemente recordarán, el centro de la historia fue su talento para realizar tareas múltiples. En esta ocasión hablaremos de su privilegiada memoria y su capacidad de reconocimiento y transcripción.
Desde muy pequeño Wolfgang Amadeus Mozart estuvo inmerso en largas giras musicales, que le llevaron de viaje por toda Europa. Así, en cierta ocasión, cuando contaba con tan solo 14 años de edad, el joven músico alemán se encontró visitando la ciudad de Roma durante Semana Santa. Aprovechando la ocasión, padre e hijo asistieron a la Misa de Miércoles Santo en la Capilla Sixtina. Como se acostumbraba en la época, el coro clerical interpretó Miserere de Gregorio Allegri en presencia del Papa.
Pero pongámonos en tema. Escrita por Gregorio Allegri hacia 1638 por encargo del Papa Urbano VIII (de quien hablamos en esta ocasión), la interpretación de la obra, es decir, su transcripción y su ejecución fuera del Vaticano habían sido prohibidas por el mismo Urbano bajo pena de excomunión.
Wolfgang (14 años) tocando el clavicordio y Thomas Linley (de la misma edad) el violín, durante su estancia en Florencia en 1770.
Nacido y muerto en Roma (1582-1652), Allegri fue un sacerdote que dedicó su vida a la música sacra, primero como niño cantor y tras su cambio de voz (de soprano a tenor) como miembro de diversos coros. Al mismo tiempo, destacó como compositor barroco y polifónico, estilo en el que se inscribe precisamente su Miserere. Escrita para dos coros, uno de cuatro voces y otro de cinco, que alternan una versión simple del tema original mientras el otro coro, a cierta distancia, canta un comentario más elaborado, unido a una interpretación realizada a la luz de trece velas que representaban a Jesús y los doce apóstoles y que se iban apagando una a una hasta acabar en completa oscuridad; la obra conseguía un perfecto efecto de unión entre la música y la liturgia.
Numerosos son los intentos por reproducir la obra a pesar de su prohibición. Se cuenta así que el mismísimo emperador Leopoldo I de Austria solicitó y obtuvo una copia, que conservó en la Biblioteca Imperial de Viena. Sin embargo, cuando la hizo ejecutar el resultado logrado fue tan distinto que creyó haber sido engañado. Esto provocó el despido del maestro de capilla por orden del Papa. Finalmente, el maestro de capilla hubo de trasladarse a Viena para explicar las técnicas de ejecución y las improvisaciones —los llamados abbellimenti que nunca eran escritos, sino que eran pasados de intérprete a intérprete en el coro de la capilla— que según él no podían ser reflejados en el papel, a fin de poder ser contratado nuevamente.
No obstante, ni la prohibición, ni la dificultad detuvieron al joven Mozart, quien, al regresar a sus alojamientos luego de presenciar el oficio, transcribió de memoria los dos minutos de música polifónica, violando la prohibición papal y superando las dificultades de su traslado, luego de solo haberlo escuchado una única vez. Para asegurarse de que la transcripción era absolutamente fiel al original, padre e hijo volvieron a la Capilla Sixtina el siguiente Viernes Santo con la copia escondida en el sombrero de Wolfgang y realizaron unas cuantas correcciones menores.
Se cuenta también que, tras continuar su viaje, los Mozart cruzarían caminos con el historiador británico Charles Burney, a quien le brindarían una copia de su partitura para que la difundiera en Londres. Como cabe esperar, este hecho alertó al Papa de turno, que por aquel entonces era Clemente XIV. Al enterarse, su reacción fue inesperada: en lugar de excomulgar y condenar al joven prodigio, decidió alabar su maestría musical y concederle la Orden de la Espuela de Oro.
La historia presenta, sin embargo, un cierre algo agridulce, puesto que lamentablemente la copia de Mozart, que reflejaba las improvisaciones imposibles de trasladar para Leopoldo, no ha sido conservada.